martes, abril 17, 2007

La apuesta [RELATO]

-Acomódate Miguel, relájate. En la ultima sesión me hablaste de tu relación con Fátima y de cómo se acabó despues de 1 año. Ahora que ya estamos situados en tu pasado, quiero que me hables acerca de tu infancia y de tu familia. Muchos desajustes en individuos adultos tiene un origen en la niñez. Relájate, aquí tienes un vaso de agua. Cuéntame de cuando eras niño.
-Ok, doctora...


Miguelito no era más inteligente que los demás, pero tenía el suficiente sentido común para obtener buenas notas sin memorizar largos libros. Había aprendido a leer antes de ir al colegio gracias a un programa de TV conducido por marionetas. No necesitaba esforzarse demasiado en clase, pues su profesora le tenía un aprecio especial y lo veía como al hijo que nunca había podido tener.

A sus ocho años tenía muchas diplomas que celebraban su aprovechamiento académico, nunca mejor utilizado el término, ya que Miguelito aprovechaba lo mejor que podía de su capacidad: era sociable y popular. Tan popular como sólo un niño a su edad podía ser.

En casa, después de hacer sus deberes, solía jugar con otros chicos que se reunían a las afueras del edificio donde vivía con su madre y sus 3 hermanas. Su hogar no quedaba muy lejos del Mercado Central. El ambiente de barrio contrastaba con el de la escuela por su dureza y por la diversidad de familias que allí habitaban. La mayoría de chicos varones del lugar eran mayores que él. Razón por la cual, le tocaba ser el blanco de las malsanas bromas del resto, a quienes poco importaba la fama de Miguelito en una escuela a la que ellos no asistían.

En dicho mundo de niños-hombres, ya no existía profesora que lo felicitara, ni niñas que lo siguieran por su locuacidad. Aquella era la calle, y ahí ni siquiera Miguel era Miguelito, sino "Pelo Duro". Los chicos mayores frecuentemente se reían de su hirsuto cabello y de su nombre:
-¿Para tu pelo, no deseas que te preste un alicate?- Le decían algunos.
En la calle, hasta lo mas grotesco podía resultar cómico y "Pelo Duro" Miguel solía reírse de verse alternando sus dos mundos tan opuestos.

Un día jugando a las canicas.. desearon hacer apuestas, quien perdía debía pagar con algo de valor o un castigo. Todos aceptaron y jugaron mientras pasaban las horas e iba cayendo la noche. Los gritos de victoriosos resonaban en las paredes a medio pintar, y las groserías de los menos diestros acompañaban las negociaciones con stickers, canicas, golosinas y monedas pequeñas.

"Pelo Duro" Miguel no era los peores jugando canicas, pero luego de varias partidas y a causa de la poca luz, fue perdiendo poco a poco sus stickers de 'Michael Jackson' y sus canicas doradas compradas en Polvos Azules. Al final, cuando sólo los alumbraba un poste de luz, perdió el juego frente a dos de los chicos mas grandes del grupo. "Pelo Duro" Miguel ya no tenía nada de valor que ofrecer y tuvo que someterse al castigo que, según las reglas establecidas, ellos debían pensar.

Los dos chicos: uno corpulento y otro delgado intercambiaron frases en voz baja y lo apartaron del grupo explicándole que debía ir con ellos a la parte trasera del edificio y hacer lo que ellos digan. "Pelo Duro" aceptó sin dudar, el barrio tenía sus propias leyes y la más conocida era que uno debía encarar lo desconocido con valentía para ganarse el respeto de los demás: precisamente algo que "Pelo Duro" Miguel ansiaba obtener mas que sus diplomas y condecoraciones.

"Pelo" acompañó a los dos chicos a la parte de atrás del edifico, un lugar donde la luz de los postes no llegaba con facilidad. Detenidos en la penumbra, el más alto le dijo:

-Ahora te vamos a enseñar algo y tu tienes que mirarlo.
-Si deseas agarrarlo lo puedes hacer, dijo el más corpulento.

Miguel no imaginaba qué era lo que ellos querían enseñarle. No era lógico, tratándose de un castigo, que ellos fueran a enseñarle algo y que le permitieran tocarlo. A no ser, que aquello fuera desagradable.

Los chicos miraron alrededor para asegurarse de que nadie los veía y se pararon delante de Miguel mirándolo fijamente. El más corpulento procedió a bajarse el pantalón corto y los calzoncillos hasta el muslo. El más delgado sólo hizo a un lado la parte inferior de su short para dejar visible su sexo. Miguel observo a los dos púberes con sus miembros medio erectos y no supo que decir, fijó su vista en sus rostros.

-¿No vas a agarrarlo? dijo el más corpulento.
-Ya es suficiente, ya cumplió su castigo- dijo el chico delgado.

Rápidamente los dos se acomodaron sus prendas y regresaron con él al grupo. Los otros chicos se miraban entre sí y murmuraban. "Pelo" atinó a reírse nerviosamente ya sin muchas ganas de continuar. Luego de unos minutos que se hicieron larguísimos, "Pelo" se despidió y regresó a cenar a casa.

-¿Miguelito donde estabas?¿Ya hiciste tus tareas?- Le dijo su madre.
-Si mamá- Respondió aliviado de oír su nombre real.
-Ya no estés saliendo hasta tan tarde, va a parecer que no tienes casa!- Le dijo.
-Lo que tu digas mamá

Miguel cenó y se puso a ver TV junto a sus hermanas... el cuarto era pequeño y en el dormían los cuatro, incluyendo su madre. Luego de un rato se acostó en la cama y fue abandonándose al sueño donde se mezclaban canicas, stickers y; chicos mayores que se transformaban en su profesora, su madre, sus compañeras y un mundo en que a él lo respetaban por quien realmente era.


-Muy bien Miguel, hemos avanzado mucho- Dijo la psicoanalista.